Como hemos visto en el punto anterior, las relaciones de poder que se suelen establecer entre entrenador/a y deportista, constituyen uno de los principales factores de riesgo en relación al acoso sexual en el ámbito deportivo.
La convivencia durante las largas horas de entrenamiento que suele existir, junto con el hecho de que se suele compartir los mismos espacios deportivos durante dichos entrenamientos, favorece evidentemente la cercanía y confianza que se establece entre entrenador/a y deportista. Esta convivencia provoca que la persona deportista pueda llegar a sentir a su entrenador/a desde una relación afectiva, desdibujándose de alguna manera la figura de autoridad que realmente representa.
Por ello, se hace especialmente difícil para la persona que practica un deporte diferenciar cuándo está siendo víctima de una situación de acoso sexual por parte de su entrenador/a. Por un lado, puede percibir el comportamiento de este/a como algo natural, fruto de la propia interacción y de la relación de confianza que se establece entre ambas partes. Por otro, a pesar de que sea consciente de que está siendo víctima de una situación de acoso sexual, poco puede hacer al respecto, ya que percibe a su entrenador como una figura de máxima responsabilidad. En múltiples casuísticas, la opción de denunciar casi no es contemplada.
Aunque se ha aludido de forma concreta al entrenador/a como figura de poder, este análisis se puede extrapolar a cualquier otra persona dentro del ámbito deportivo que tenga un rol importante en la toma de decisiones que puedan afectar a la vida deportiva de cualquier persona que practique un deporte (personal directivo de clubes, escuelas deportivas, gimnasios, etc.).
Volviendo al análisis de la relación de poder que se establece entre entrenador/a y deportista y que se alza como un factor de riesgo ante el acoso sexual, se pueden diferenciar diferentes tipos de poder:
El poder posicional
Es aquel que le corresponde por su función en la práctica deportiva, es decir, es quien marca las pautas para obtener el mayor logro deportivo, por lo que la persona deportista presupone que debe “acatar” cualquier orden que venga de su entrenador/a.
El poder del experto/a
Se le presupone al entrenador/a un tipo de conocimiento que la persona deportista no tiene en relación a cómo se desarrollan determinadas habilidades deportivas, por lo que la persona deportista deposita toda su confianza en que el entrenador/a, “sabe lo que se hace”.
El poder de la fuerza física
Dado que la mayoría de las personas que entrena a deportistas son hombres, es obvio que existe, por regla general, una mayor fuerza física en estos que en mujeres o niñas/os deportistas. Esta diferencia de fuerza puede llegar a generar un sentimiento de indefensión ante la persona que esté sufriendo cualquier tipo de acoso sexual por parte de su entrenador.